Querer a alguien es sencillo. La esencia de ese alguien va cavando, hondo dentro de ti hasta que te das cuenta que ya estás atrapado como en una zanja de arenas movedizas. No hay mucho qué hacer, y luchar es en vano, pues sólo te hundes más. Sabes que echó raíces, hondo dentro de ti y si tiras de ellas para arrancarlas, te desgarras a ti en el intento. Ni el mejor jardinero podría solucionarlo sin dañar ambas partes. Y luego la embriagante esencia de los nuevos brotes saliendo de su pecho pierden efecto y comienzas a ver los pequeños defectos. Pero la escoges. Escoges llevarla dentro de ti, noche y día, aunque las espinas te corten la piel algunas veces.

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