Querer a alguien es sencillo. La esencia de ese alguien va cavando, hondo dentro de ti hasta que te das cuenta que ya estás atrapado como en una zanja de arenas movedizas. No hay mucho qué hacer, y luchar es en vano, pues sólo te hundes más. Sabes que echó raíces, hondo dentro de ti y si tiras de ellas para arrancarlas, te desgarras a ti en el intento. Ni el mejor jardinero podría solucionarlo sin dañar ambas partes. Y luego la embriagante esencia de los nuevos brotes saliendo de su pecho pierden efecto y comienzas a ver los pequeños defectos. Pero la escoges. Escoges llevarla dentro de ti, noche y día, aunque las espinas te corten la piel algunas veces.
Muy lejos de casa.
marzo 09, 2021
Se detuvo en la cafetería.
Ordenó una hamburguesa.
La pidió sin pepinillos, porque ella los amaba. Y lo hizo a propósito para de este modo evitar las agruras de la angustia raspar su garganta.
Y de pronto ahí estaba, en la mesa del rincón, los codos rozando la madera intentando equilibrar una cuchara en su nariz. El ocaso acariciaba las ventanas y derretía sus ojos en un meloso color avellana.
Se dijo que estaba cansado, tragándose el nudo en la garganta con el trago de refresco y dejó la hamburguesa a medio comer.
Luego continuó su camino y se vio a sí mismo al borde de la carretera, pidiendo raid aquel día que se agotó la gasolina y confió que ella los llevaría a Las Vegas.
Trató de no inmutarse cuando vio sus cabellos castaños recogidos en una colita de caballo a medio deshacer. El ceño fruncido como una niñita y esos enormes ojos condenándote al infierno cuando te echaba la bronca.
Cuarenta y cinco años después, tendido en una cama y aferrado a la morfina conteniendo el dolor como el oxígeno en sus pulmones, la extrañaba.
Y se culpó a sí mismo por no haberle dado opción. Por ser tan egoísta que se marchó cuando no obtuvo respuesta al arrodillarse.
Ahora lo entendía. Y si había malinterpretado su silencio?
Cuando sintió un profundo dolor en el pecho, sabía que era ella, desgarrándole las entrañas. Y fue tan intenso, que al suponer que lo merecía...se rindió, muriendo sólo y lejos de casa. Quizás ese era el precio a pagar.
Holding your breath.
mayo 30, 2020
Éramos.
abril 26, 2020
Éramos las que miraban por el balcón y lo encontraban a él, en su magnífico y envidiable convertible rojo. Las que escapábamos por la ventana y suspirábamos una noche más contando las estrellas en sus ojos.
Éramos las que caímos de una en una. A las que nos trago la tierra para luego escupirnos en la adolescencia, con sueños succionados por una aburrida rutina natal.
La función ha terminado
abril 10, 2020
Esbocé una sonrisa, y sólo asentí.
Pero él se dio cuenta.
Una de las cosas que amo y odio al mismo tiempo: su atención. A veces es un milagro, otras veces no es divertido ser tan transparente. Tan sólo con fruncir el ceño, se da cuenta de que algo anda mal. Me descifraba, incluso antes que yo misma.
Mi estómago se sentía ya muy caliente y traté de reprimir una arcada, y mi pecho parecía encogerse, como un globo aplastado.
Exhalé y me doblé.
La sonrisa de Tammy se desdibujó de inmediato, y ambos corrieron hacia mí. Me sentía apenada, no quería ensuciar la preciosa alfombra de esa tienda tan cara.
El oxígeno comenzó a menguar en mis pulmones, presioné mi pecho, tratando de respirar. Pero no podía.
Ya no escuchaba los gritos de Evan, si figura se desdibujaba, como el humo de un cigarrillo.
Me desplomé en sus brazos, y de nuevo él estaba ahí para recoger cada pedazo.
Me alzó en brazos y corrió por las escaleras. Sabía que ningún doctor podría detener esto.
Podía ver ese brillo en sus ojos, como un foco a medio apagar.
Me metió en la camioneta, y luego Tammy subió a mi lado. Gimoteó, porque sabía lo que tenía que hacer.
-¡Quédate conmigo!- gritó él, ya al volante.
-No te vayas, Brookie, no cierres los ojos - me susurró Tammy.
Las arcadas se habían ido, pero el oxígeno no era suficiente de todos modos. Necesitaba vida, no asfalto, no linóleo, no aire acondicionado. Todas esas cosas artificiales me asfixiaron. Y yo lo dejé, gustosa.
Me recordé a mí misma admirando los rascacielos por la ventana, mi cabello ondeando en el viento. Y Evan, con sus preciosos ojos brillantes.
Luego, me sacó del auto y corrió hacia el bosque.
-Déjame - susurré.
-¡No!