Se fue, así nada más. Los labios fruncidos, intentando ocultar su temblorosa barbilla. Un catrín alejándose de un velorio. Luego se detiene en el árbol de durazno y acaricia la corteza donde grabamos nuestras iniciales hace algunos recuerdos. Sujeta la manigueta. Ni una mirada. Ni un adiós. Ni un nada. Subió al taxi y se fue. Y yo no sentí la pérdida hasta que hubo pasado un tiempo. Hasta que pude comprender que no volvería. Dejaba la ventana abierta todas las noches. Por si lanzaba una piedra. Por si me extrañaba. Por si le importaba.

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