Me embarga la nostalgia cuando mis dedos tocan la baya; me aferro a ella
como si fueran a tirar de mí en contra de mi voluntad. Mi mente está en blanco,
como suspendida en medio de la nada, y una punzada de dolor me atraviesa el
cráneo, a la vez que cierro los ojos con fuerza y apoyo mi frente en la baya,
hasta que se disipa, y no queda más que un leve zumbido.
¿Cómo llegué aquí?
Desperté apenas unos minutos antes, en una hamaca entre los árboles. Tenía
una gran mancha de sangre en mi chaqueta, pero no era mía. La chaqueta estaba
arruinada, y no dudé en quitármela cuando empecé a sentir las gotas de sudor
recorriendo mi espalda.
El prado al otro lado luce casi embriagador para ser real, pero siguiendo
mis instintos, retrocedo. Hay un enorme campo de girasoles que me acarician el
rostro, y cuando llego a unas escaleras de piedra en medio del bosque, vacilo.
No son una, sino varias escaleras, que, supongo conectan a diferentes zonas
del bosque. No hay señales que te digan hacia dónde vas, y si miras hacia ambos
lados, no encuentras más que una barrera interminable de árboles.
Doy un paso, y luego otro, y así hasta que veo que las escaleras chocan
entre sí en algunos descansos, casi como laberintos. Más abajo, hay niebla, y
cuando llego a un descanso, casi pego un grito al ver a un muchacho frente a
mí. Cabello oscuro y playera blanca.
-Vaya, hasta que despiertas. Por
poco creímos que no lo harías.
‘’ ¿Creímos?’’
- ¿De qué mierda hablas? – sentí, de nuevo, ese leve pinchazo atravesándome
el cráneo, como un taladro, cavando lenta y dolorosamente a través del hueso.
Él rio.
-Déjala en paz, Murphy. – otro tipo, ésta vez pelirrojo surgió de la
niebla. – Está molesta.
El otro, Murphy, resopló.
-Pero si siempre está molesta.
-Contigo todos están molestos.
Mi vista se nubló. No pude evitarlo, me doblé en dos, y su discusión de
niños se volvió completamente relevante. Es como cuando alguien te está
hablando sobre algo, y de repente tu mente empieza a divagar y terminas por no
escuchar nada. Ellos seguían discutiendo, diciéndose Dios sabe qué.
Hasta que no pude más y grité, ya en el suelo y sujetándome las sienes,
como si sólo así pudiera calmarlo.
Sólo recuerdo que el pelirrojo me llevó en brazos, era como si me desmayara
por unos segundos. Cerraba los ojos, y cuando los abría, el panorama cambiaba.
Hasta que llegamos a una pequeña habitación, y me recostaron en una camita de
paja.
Los últimos rayos del sol de verano atravesaban unas cortinas de color
claro, casi transparente, y ondeaban con el viento.
-No puedo hacer nada, Fred, entiéndelo – musitó una voz mucho más gruesa.
-Sí que puedes, despiértala de una vez, ¡ni siquiera me reconoce! –
blasfemó.
-No puedo, ya sabes por qué.
Gemí cuando me incorporé, y las voces se callaron. Cada centímetro de mi
cuerpo dolía como si me hubiera arrastrado un caballo.
- ¿Por qué, qué? – dije.
El tipo de la voz más gruesa me miró, con sus enormes ojos azules, como
estudiándome. Una cicatriz antigua impide que parte de su ceja derecha siga
creciendo.
Para su suerte, una chica entró corriendo por la puerta, con lágrimas en
los ojos, directo hacia mí. Me rodeó con sus brazos después de inclinarse
conmigo en el suelo.
-Estás bien- chilló.
Tendría mi edad, más o menos.
-Me duele- gemí, e instantáneamente me derrumbé, respondiendo a su abrazo.
-No pasa nada- se separó de mí y se limpió las lágrimas- te vas a poner
bien y luego podremos acabar con esto.
Ya me estaba empezando a enojar. Había muchas preguntas que nadie quería
responder. Entonces lo sentí. Detrás de mí, en la puerta. Como las hojas de otoño
siendo sopladas por la brisa, estaba ahí. Lo sentía en cada fibra de mi ser, lo
sabía sin siquiera mirarlo. Era mío. Pero tenía tanto miedo de voltear.
La chica desvió la mirada de mí, hacia la puerta.
-Ya llegó Sam.
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