Fragmentos desconocidos de un sueño sin rumbo

abril 08, 2020


Me embarga la nostalgia cuando mis dedos tocan la baya; me aferro a ella como si fueran a tirar de mí en contra de mi voluntad. Mi mente está en blanco, como suspendida en medio de la nada, y una punzada de dolor me atraviesa el cráneo, a la vez que cierro los ojos con fuerza y apoyo mi frente en la baya, hasta que se disipa, y no queda más que un leve zumbido.
¿Cómo llegué aquí?
Desperté apenas unos minutos antes, en una hamaca entre los árboles. Tenía una gran mancha de sangre en mi chaqueta, pero no era mía. La chaqueta estaba arruinada, y no dudé en quitármela cuando empecé a sentir las gotas de sudor recorriendo mi espalda.
El prado al otro lado luce casi embriagador para ser real, pero siguiendo mis instintos, retrocedo. Hay un enorme campo de girasoles que me acarician el rostro, y cuando llego a unas escaleras de piedra en medio del bosque, vacilo.
No son una, sino varias escaleras, que, supongo conectan a diferentes zonas del bosque. No hay señales que te digan hacia dónde vas, y si miras hacia ambos lados, no encuentras más que una barrera interminable de árboles.
Doy un paso, y luego otro, y así hasta que veo que las escaleras chocan entre sí en algunos descansos, casi como laberintos. Más abajo, hay niebla, y cuando llego a un descanso, casi pego un grito al ver a un muchacho frente a mí. Cabello oscuro y playera blanca.
-Vaya, hasta que despiertas.  Por poco creímos que no lo harías.
‘’ ¿Creímos?’’
- ¿De qué mierda hablas? – sentí, de nuevo, ese leve pinchazo atravesándome el cráneo, como un taladro, cavando lenta y dolorosamente a través del hueso.
Él rio.
-Déjala en paz, Murphy. – otro tipo, ésta vez pelirrojo surgió de la niebla. – Está molesta.
El otro, Murphy, resopló.
-Pero si siempre está molesta.
-Contigo todos están molestos.
Mi vista se nubló. No pude evitarlo, me doblé en dos, y su discusión de niños se volvió completamente relevante. Es como cuando alguien te está hablando sobre algo, y de repente tu mente empieza a divagar y terminas por no escuchar nada. Ellos seguían discutiendo, diciéndose Dios sabe qué.
Hasta que no pude más y grité, ya en el suelo y sujetándome las sienes, como si sólo así pudiera calmarlo.
Sólo recuerdo que el pelirrojo me llevó en brazos, era como si me desmayara por unos segundos. Cerraba los ojos, y cuando los abría, el panorama cambiaba. Hasta que llegamos a una pequeña habitación, y me recostaron en una camita de paja.

Los últimos rayos del sol de verano atravesaban unas cortinas de color claro, casi transparente, y ondeaban con el viento.
-No puedo hacer nada, Fred, entiéndelo – musitó una voz mucho más gruesa.
-Sí que puedes, despiértala de una vez, ¡ni siquiera me reconoce! – blasfemó.
-No puedo, ya sabes por qué.
Gemí cuando me incorporé, y las voces se callaron. Cada centímetro de mi cuerpo dolía como si me hubiera arrastrado un caballo.
- ¿Por qué, qué? – dije.
El tipo de la voz más gruesa me miró, con sus enormes ojos azules, como estudiándome. Una cicatriz antigua impide que parte de su ceja derecha siga creciendo.
Para su suerte, una chica entró corriendo por la puerta, con lágrimas en los ojos, directo hacia mí. Me rodeó con sus brazos después de inclinarse conmigo en el suelo.
-Estás bien- chilló.
Tendría mi edad, más o menos.
-Me duele- gemí, e instantáneamente me derrumbé, respondiendo a su abrazo.
-No pasa nada- se separó de mí y se limpió las lágrimas- te vas a poner bien y luego podremos acabar con esto.
Ya me estaba empezando a enojar. Había muchas preguntas que nadie quería responder. Entonces lo sentí. Detrás de mí, en la puerta. Como las hojas de otoño siendo sopladas por la brisa, estaba ahí. Lo sentía en cada fibra de mi ser, lo sabía sin siquiera mirarlo. Era mío. Pero tenía tanto miedo de voltear.
La chica desvió la mirada de mí, hacia la puerta.
-Ya llegó Sam.





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